Aunque
este post lo voy a enfocar un poco más hacia la escuela,
en realidad las mismas ideas podrían servirnos para la educación
en el seno familiar.
Los
niños pasan mucho tiempo en el ámbito escolar, y podemos mejorar
notablemente su bienestar a través de las emociones
positivas.
Si los niños están a gusto y felices en el colegio,
los resultados académicos también serán mejores.
A lo largo del día
experimentamos diferentes emociones (asco, tristeza, alegría, miedo,
sorpresa, ira). Las emociones positivas son las que mejoran
nuestra vida porque nos producen resultados beneficiosos para la
felicidad, la salud y el bienestar personal.
En muchos casos las
emociones de nuestros alumnos están en nuestras manos, y si
conseguimos que nuestros niños experimenten a menudo sensaciones de
alegría haremos que sean más felices.
Como educadores podemos
influir en el desarrollo de los niños y somos en parte competentes
para hacer que las cosas les vayan bien.
Guiar el comportamiento
de nuestros alumnos es nuestra responsabilidad.
Siempre que un niño
haga algo bien, le demostraremos que nos hemos dado cuenta para
favorecer que esa conducta se establezca como hábito porque se
sintió bien cuando lo hizo.
Cuando un niño hace
algo mal que es habitual en él, no debemos ridiculizarle ni
etiquetarle porque se resignará a ser así. Si le reñimos y le
castigamos continuamente quedará “inmunizado” a esa respuesta.
En cambio, si premiamos las actitudes positivas con una alabanza, un
abrazo... y le animamos a hacerlo bien para obtener una recompensa,
el niño se esforzará por corregir sus fallos para obtener el
premio, y estaremos generando emociones positivas.
Para hacernos respetar
debemos ser “personas de fiar”: siempre tenemos que cumplir lo
que prometemos, así que tenemos que tener mucho cuidado con lo que
decimos. Si amenazamos con un castigo o un premio lo tenemos que
cumplir. Eso hará que los niños confíen en nosotros.
Los educadores listos
no usan la razón para exhibirla, sino que usan la razón para
salirse con la suya. Por eso, en situaciones críticas, cuando los
niños no están en un “momento razonable” porque están
enfadados, tristes, agotados, dormidos... no debemos intentar razonar
con ellos sino esperar a que la situación sea más propicia para
dialogar.
Los aprendizajes se asimilan mejor en un ambiente relajado y positivo.
Cuando
queremos que los niños hagan algo, les señalaremos la oportunidad
de hacerlo bien. En ocasiones es necesario recordarlo varias veces
para conseguir nuestro objetivo, pero sin desesperarnos, poco a poco,
desde la motivación en positivo.
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