Los hábitos son
conductas automáticas que llevamos a cabo de forma inconsciente. No
tiene porqué ser algo que hagamos repetidas veces, sino algo
automático, con un resultado constatable, y son modulares porque
podemos sustituir un hábito por otro sin demasiado coste.
Un hábito genera
emociones positivas cuando lo adaptamos y es congruente, cuando con
él nos sentimos en paz, resulta eficaz, es un hábito permitido y
tolerado, conseguimos integrarlo en nuestra vida cotidiana y nos hace
sentir contentos con lo que estamos haciendo.
Las personas adquirimos
hábitos a lo largo de toda nuestra vida, aunque de niños es cuando
resulta más fácil adquirirlos y consolidarlos especialmente cuando
no requieren de un proceso de cambio. Si desde el primer día le
enseñamos a nuestros niños que deben lavarse las manos antes de
comer, no tendremos que cambiar ningún hábito (o deshábito)
anterior, así que nos resultará mucho más fácil convertirlo en
algo automatizado.
Los hábitos hacen que
los niños (y no tan niños) se sientan tranquilos en un ambiente. Mantener las rutinas y horarios les hace sentirse más seguros. Algo
que tuve claro desde que nacieron mis hijos fue que para que
durmieran bien teníamos que establecer una serie de rutinas antes de
ir a la cama (bañarse, ponerse el pijama, cenar inmediatamente,
lavarse los dientes, hacer pis...) y hacerlo siempre a la misma hora,
sea día laborable o no.
Aunque la capacidad de
aprender la tenemos todos, no todo el mundo tiene habilidad para
implantar hábitos cuando se trata de hacer una transición
controlada. El proceso de cambio de un hábito en adultos o niños es
complicado y complejo, porque primero tiene que existir la convicción
de que ese nuevo hábito es lo mejor para mí, además la persona
tiene que estar preparada para el cambio y debe convertirse el hábito
en algo estable.
Podemos emplear varios
sistemas para consolidar y mantener hábitos.
Uno de los más
efectivos es aumentar el interés de la persona y hacer que sienta la
necesidad porque de ese hábito saca un beneficio. Bien utilizado,
podemos, por ejemplo, conseguir que los niños en clase adquieran el
hábito de hacer bien la fila para salir al patio si les convencemos
de que el beneficio será salir antes al recreo.
Debemos tener mucho
cuidado porque también podemos instaurar comportamientos negativos
que siendo recurrentes se conviertan en hábitos (que no sé porqué,
pero siempre son más fáciles de implantar que los positivos!!!),
por ejemplo si cuando al niño se le escapa su primera palabrota nos
reímos, lo repetirá porque ha obtenido un beneficio.
Otra de las formar de
conseguir instaurar un hábito es la presión del grupo. Por ejemplo,
en el caso de los niños, si se quieren integrar en el grupo tienen
que adoptar las costumbres del aula. Así vemos como niños cuyos
padres se quejan de que no son buenos comedores, cuando comen el
comedor de la escuela siguen el ritmo de sus compañeros porque no
quieren quedarse rezagados mientras sus amigos se van a jugar.
Otra difícil pero
indispensable tarea de los educadores es ayudar a los niños a
valorar la prioridad de sus hábitos.
Si conseguimos que
nuestros niños interioricen hábitos positivos y saludables
estaremos contribuyendo a su correcto desarrollo infantil, pero
también les estaremos educando para construir su equilibrio
emocional y vital futuro.
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