Sentir que tenemos todo
bajo control es una cuestión importante en la vida de todas las
personas, pero especialmente en el caso de los niños o de las
personas más vulnerables.
Si queremos tener la
percepción de que tenemos el control de nuestras vidas
tenemos que pensar que las cosas que ocurren son controlables. Lo
controlable se percibe como algo estable e interno, mientras que lo
incontrolable lo percibimos como inestable y externo, aunque en
ocasiones está bien dejar el control de las cosas a los demás y no
lo percibimos como algo inestable cuando nos basamos en la confianza.
La cuestión del
control está muy asociada a los hábitos y rutinas, porque
nos dan una sensación de seguridad y estabilidad que nos ayuda a
sentirnos bien. Los percibimos como una garantía de que todo
funciona correctamente.
Es evidente que no todo
lo que ocurre es controlable: no existe el control absoluto,
sino que se combina con situaciones dinámicas, impredecibles o que
se escapan a nuestras facultades o capacidades.
A pesar de la angustia
que en ocasiones nos pueda producir la incertidumbre, esa
inestabilidad es necesaria para que se produzcan cambios y
evoluciones, y nos ayuda a aprender y a evolucionar combinado
situaciones.
Pienso que para que mis
niños crezcan sanos y felices es necesario establecer unos
hábitos y unas rutinas que les hagan sentir seguros, como si
tuvieran el control y la garantía de que todo seguirá su curso
esperado. Sin embargo, esto debe combinarse con algunas situaciones
en las que ellos tengan que desarrollar nuevas habilidades para
resolver problemas cotidianos con los que no contaban, que rompan ese
control sin llegar a causar excesiva ansiedad o un desequilibrio
extremo que ponga en riesgo su crecimiento positivo. Tener a los
niños criándose entre algodones les condicionará en su vida adulta
a ser personas temerosas e inseguras, porque es inevitable que en la
vida se vayan dando situaciones impredecibles que deberemos afrontar.
Como educadores,
nuestra misión es dotar a los niños de herramientas que les
permitan gestionar con éxito las posibles dificultades con las que
se irán encontrando a lo largo de la vida, y eso se consigue poco a
poco desde la más tierna infancia.
Cuando se presenta un
problema o algo que se escape al control de nuestros hijos o de
nuestros alumnos, lo afrontaremos preferentemente utilizando las
herramientas de las que ellos disponen y trabajando siempre desde las
emociones positivas, sin dramatizar, animándoles a aplicar
una solución concreta y adecuada para cada caso. Son ellos quienes
deben aprender a controlar las diferentes situaciones, pero los
adultos somos responsables de las habilidades y los instrumentos
necesarios.
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